El poder de una sonrisa

El poder de una sonrisa

Siempre me ha gustado sonreír y ha sido una investigadora y divulgadora científica, Nazareth Castellanos, la que quizás me ha explicado en su libro Neurociencia del cuerpo el por qué. Y es que las últimas investigaciones muestran que la relación cuerpo-mente es más profunda de lo que se pensaba. Por ejemplo, nuestra postura y nuestro rostro envían importantes señales a nuestro cerebro, información a la que nuestro cerebro responde.

Desde los últimos cinco años la neurociencia considera que no tenemos sólo cinco sentidos (olfato, vista, oído, tacto y gusto), sino siete. Hay que añadir la interocepción y la propiocepción. La primera es la información que le llega al cerebro de lo que sucede dentro del organismo (corazón, estómago, intestino y respiración). Esta es de vital importancia. Por su parte, la propiocepción es la información que le llega al cerebro de cómo está mi cuerpo por fuera, la postura, los gestos y las sensaciones de mi cuerpo (la pesadez de ojos si tengo sueño…). Y también es muy importante porque, según lo que esté sucediendo en mi cuerpo, el cerebro actúa de una forma o de otra.

Además, resulta que a lo que mi cerebro da más importancia de todo el cuerpo es a lo que sucede en la cara, las manos y a la curvatura del mismo. Y, dentro de la cara, la segunda parte más relevante para él, después de los ojos, es la boca. La hipótesis de la retroalimentación facial sostiene que la expresión de mi cara, sobre todo la bucal, influye en cómo mi cerebro percibe la realidad. En la página 61 del libro se menciona un famoso experimento de 1988 de Strack, Martin y Stepper. Estos investigadores cogieron a un grupo de personas y les pusieron un bolígrafo en la boca. Primero tenían que agarrarlo entre los dientes simulando una sonrisa, pero sin sonreír realmente, y tenían que valorar cuánto de simpáticas les parecían unas imágenes. Después se colocaban el bolígrafo entre los labios, surgiendo inevitablemente una cara de enfado, y procedían a valorar de nuevo las mismas.

Cuando tenían el bolígrafo entre los dientes las imágenes les parecían más simpáticas que cuando lo sostenían entre los labios. El cerebro siempre buscará la congruencia mente-cuerpo y, si estoy triste pero simulo una sonrisa, el cerebro intentará adaptar el estado anímico a la cara. A esto se llama migración del estado anímico.

Así mismo, y por poner otro ejemplo significativo, cuando el cuerpo tiene una postura encorvada con el móvil o el ordenador, propia de estar abatido aunque no lo estés, el cerebro comienza a activar los mecanismos neuronales propios de estar tristes. Podemos estar así horas y no nos damos ni cuenta.
Nos falta consciencia corporal, consciencia que se desarrolla en las sesiones de yoga, en las que se aprende a observar el cuerpo y a conocer las sensaciones que de él percibes. Conocer para transformar.

El conocimiento es poder y la sonrisa poderosa.